Para poner su enseñanza al alcance de todos, Jesús la ilustraba con ejemplos sacados de la vida diaria, o mediante objetos de uso cotidiano: la lámpara, la sal, el camino, el grano de trigo, el pan, una moneda…
El Señor se designa a sí mismo como la puerta que abre hacia la vida eterna. Para acceder a esa vida eterna necesariamente hay que pasar por ella. Esta puerta es estrecha con respecto al camino ancho que lleva a la perdición. Pocas personas entran por ella, pero conduce a la vida. Mientras esta puerta permanezca abierta, la gracia divina es ofrecida a todos los que quieren pasar por ella humildemente. Sin embargo, el tiempo apremia; pronto se cerrará y nadie podrá abrirla.
Jesús quiere librarnos del pecado; “la puerta” también representa un medio de escapar, de protegerse, una salvaguardia. Para el creyente, Cristo es a la vez el acceso al Padre y su protección contra el mal.
Jesús declara: “Yo soy la puerta”, el único medio para hallar la paz y salir de las situaciones más desesperadas. Una solución a las dificultades que nos parecen invencibles, a los peligros que nos acechan, a los pecados que nos estorban.
A menudo nos debatimos con nuestros problemas personales no resueltos. No obstante, si dejamos que Jesús intervenga, veremos una salida al final de todos estos callejones. Así encontraremos la liberación a todos nuestros problemas personales, conyugales, familiares, sociales. ¡Solo él puede y quiere ayudarnos!
2 Samuel 8 – Mateo 28 – Salmo 22:22-24 – Proverbios 9:10-12