“Guarde su vieja Biblia. ¡No la necesito, yo soy mi propio dios!”.
Esta fue la respuesta que recibieron dos personas cuando llegaron a una cárcel y ofrecieron un Nuevo Testamento a un preso llamado José. Una semana más tarde, al verlos volver, José corrió a recibirlos y les tendió los brazos, diciendo: “Rechacé el Nuevo Testamento que ustedes me ofrecieron, pero mi compañero lo aceptó. De regreso a nuestra celda me pidió que le leyese en voz alta lo que estaba escrito en ese librito, pues él no sabe leer. Yo no quería hacerlo, pero al final le leí, porque no me atreví a negarle ese favor. Al cabo de un rato levanté la vista y me di cuenta de que mi compañero se había dormido… No puedo explicarle por qué, pero continué mi lectura… ¡toda la noche!
Dios estaba hablando a mi corazón y también a mi conciencia. Comprendí que debía contarle todo sobre mi vida criminal, sin esconderle nada. Lo que me dio la fuerza es la bondad de Cristo presente en todas las páginas del Evangelio, que dice:”Al que a mí viene, no le echo fuera“(Juan 6:37). ¡Un gran sentimiento de perdón y de paz me invadió cuando acepté a Jesucristo como mi Salvador y mi Señor!”.
José ya salió de la cárcel y está libre. Pero, sobre todo, fue liberado del peso de su pasado. Es un cristiano comprometido y sirve al Señor con otros cristianos en Argentina.
Rut 4 – Mateo 4 – Salmo 3 – Proverbios 1:20-23