“¡Nadie es perfecto!”. ¿Quién no ha escuchado este triste consuelo?
No somos perfectos, pero Dios es perfecto. Él nos dice: “Sed, pues, vosotros perfectos”. En efecto, Dios tiene derecho a esperar que sus criaturas manifiesten sus propios caracteres de justicia, bondad, verdad, etc. No obstante, somos conscientes de estar lejos de responder a lo que Dios exige. Los que se atreven a decir que no tienen nada que reprocharse, se equivocan gravemente. ¿Dios es demasiado exigente? ¡Él no puede ver el mal sin castigarlo! Entonces, aparentemente no tenemos esperanza…
Pero Dios recibe a aquellos que, sin esconder sus errores, reconocen que tienen necesidad de ser perdonados. “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
Jesús no vino a este mundo para llamar a los justos, sino a los pecadores, a las personas que necesitan arrepentirse (Mateo 9:13). Sufrió por nuestros pecados en la cruz; el Justo murió por los injustos, y luego resucitó. Dios recibe a todos los que van a él por medio de la fe en Jesucristo, el Salvador. Él los recibe, los considera como sus hijos, e incluso los hace justos, perfectos ante él, porque los ve “en Cristo”, según las perfecciones absolutas de Cristo. El Señor Jesús no sufrió en vano. Su obra es perfecta. ¡Alabado sea!
Deuteronomio 14 – Juan 8:31-59 – Salmo 119:1-8 – Proverbios 25:23-24