Cuando era niño, Wilson Bentley (1865-1931) quedó cautivado por los copos de nieve. Intentó observarlos con un microscopio, pero los copos se derretían demasiado rápido para poder captar los detalles. A sus 20 años, se le ocurrió adaptar una cámara a su microscopio y así pudo fotografiar su primer copo de nieve. Este experimento fue una novedad mundial. Bentley llegó a realizar más de 5000 imágenes de cristales de nieve. «No hay dos iguales, dijo. Son pequeños milagros de belleza, como flores de nieve».
Todos los copos de nieve tienen el mismo origen, algo parecido a los seres humanos que, aunque diferentes, todos tienen el mismo origen: Dios.
Los cristianos, además de su común humanidad, comparten su “común salvación” (Judas 3). Salvados por Jesucristo, todos forman un solo cuerpo, por medio del Espíritu Santo, pero todos son diferentes. Los hombres quieren alcanzar la unidad a través de la uniformidad. Dios crea la unidad en la diversidad. La diferencia –en dones, sensibilidades, etc. – es una señal, un lenguaje que nos invita a salir de nuestra autosuficiencia y a abrirnos a los demás, a saborear con ellos la comunión a la que Dios nos llama.
Cristianos, no seamos celosos ni despectivos unos con otros; demos gracias al Señor por tener hermanas y hermanos en la fe. Reconozcamos los dones que el Señor confía a los demás. Así podremos beneficiarnos de ellos también.
Eclesiastés 2:12-3:22 – Santiago 5 – Salmo 138:6-8 – Proverbios 29:9-10