Para mí, que soy médico, una de las razones más convincentes del poder de la Biblia es que hace un diagnóstico muy seguro de mi condición espiritual; ningún otro libro puede hacer eso. “Discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Me muestra claramente que por naturaleza estoy condenado a causa de mis pecados, privado de toda relación con un Dios santo. Mientras hacía este descubrimiento en la Biblia, encontré una maravillosa revelación de Dios, un Dios muy diferente al que había imaginado. Lleno de amor y misericordia, vino a mí por medio de Jesucristo, su Hijo, el creador del universo, quien se hizo hombre para poder redimirme.
Creo en la Biblia porque se dirige a todos, cualquiera que sea su clase social o su país. ¡Conocer la Biblia y no creerla es un suicidio espiritual!
Y si la fe me pone en contacto con un Dios así, voy a donde él me lleve, sin cuestionar su voluntad. Sé que ella es mejor que todos mis pensamientos, pues él me ama. Puedo abandonar mis planes más deseados y considerar los argumentos de los hombres como una locura, cuando se oponen a lo que él dice. ¡La fe en Dios no tiene límites! La Biblia quita las dudas y llena el corazón de certeza: “Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16).
1 Crónicas 10 – Lucas 11:29-54 – Salmo 89:15-18 – Proverbios 20:12-13