Jesús envió a sus discípulos a la otra orilla del lago, pero no fue con ellos en la barca. Cuando estaban en medio del mar, se levantó una fuerte tormenta, y los discípulos remaban con dificultad. Al ver su angustia, Jesús caminó sobre el agua para reunirse con ellos y tranquilizarlos. Pero ellos se asustaron pensando que era un fantasma. “Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”. No quería que ellos tuvieran miedo, por eso les habló inmediatamente para tranquilizarlos. Su voz los calmó, aunque la tormenta seguía.
Ante la invitación de Jesús a venir a él, ¡Pedro también caminó sobre las aguas! Pero de repente, al ver las grandes olas, volvió a asustarse y empezó a hundirse; entonces gritó pidiendo ayuda. “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. Jesús no dejó que se hundiese más, sino que acudió inmediatamente en su ayuda; y solo cuando estuvo fuera de peligro, Pedro escuchó el reproche lleno de amor del Señor.
Cristianos, tenemos al mismo Salvador lleno de gracia y misericordia para ayudarnos en nuestras debilidades. ¡Cuántas veces lo afligimos con nuestros miedos o falta de fe! Pero cuando nos encontramos en medio de dificultades que nos aterrorizan, la misma voz está ahí para tranquilizarnos, de inmediato, con unas pocas palabras.
1 Crónicas 6:49-81 – Lucas 9:44-62 – Salmo 88:8-12 – Proverbios 20:4-5