Una noche varios cristianos se reunieron para orar. Algunos de los presentes estaban cansados y luchaban para no dormirse. De repente un anciano se levantó y tomó la palabra:
«Amigos, hoy me gustaría compartir con ustedes un gran tema de gozo. Hace sesenta y cinco años estaba arrodillado junto a la cama de mi madre, quien me dijo: Eres el único de la familia que conoce al Señor Jesús. Te recomiendo a tu padre y a tus hermanos. Ora por ellos todos los días hasta que sean salvos. Pues bien, esta mañana recibí una carta de Robert, el único hermano que me queda. Así comienza la carta: Mi querido hermano, tengo la mejor noticia para ti, finalmente he aceptado a Jesús como mi Salvador».
Esta historia cambió el ambiente de la reunión. Todos se animaron al constatar, una vez más, que orar a Dios no es en vano. La carta continuaba expresando una inmensa gratitud por este hermano que, durante sesenta y cinco años, había orado con perseverancia para que él, Robert, se volviera al Señor Jesús. Y esa noche la victoria de nuestro Dios Salvador renovó el fervor de cada uno para agradecerle y alabarle.
Aunque a veces, según su sabiduría, Dios espera mucho tiempo para respondernos, él no olvida nuestras oraciones. A veces oramos durante años por uno de los nuestros, sin ver ningún cambio. Como este anciano, recordemos que nuestro Dios es fiel, y perseveremos. Dios siempre escucha nuestras oraciones y las responderá a su debido tiempo.
1 Crónicas 5 – Lucas 9:1-20 – Salmo 87 – Proverbios 20:1