Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino… miembros de la familia de Dios.
Seguramente usted ha tenido ese sentimiento incómodo en un lugar desconocido, sea en una escuela nueva, en una ciudad o en un lugar de trabajo nuevo. Somos el diferente, el que no está al tanto, es decir, ¡el extranjero!
A menudo Jesús aparece como un extranjero en este mundo. Desde su nacimiento, aunque nació en el país de sus padres, no hubo lugar para él: tuvo que nacer en un establo. Luego, después de haber estado refugiado en Egipto durante el reinado de un monarca cruel, volvió a su país y fue rechazado por su pueblo e incomprendido por su familia (Juan 7:1-9). “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).
Además, la mayoría de sus contemporáneos lo despreciaban y rechazaban su mensaje, especialmente los hombres religiosos. El odio fue creciendo hasta que la multitud, unánime, exclamó: “¡Sea crucificado!” (Mateo 27:23).
Si usted está solo en un país extranjero, o es víctima del rechazo de otros, escuche a Jesús, quien comprende su sufrimiento y le dice: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él” (Apocalipsis 3:20).
Reciba a Jesús en su vida, y verá cuán grande es el amor de Dios. Los que aceptan a Jesús como su Salvador constituyen la familia de Dios, y Jesús les tiene un lugar preparado en la casa del Padre.
1 Reyes 20:22-43 – Romanos 4 – Salmo 63:5-11 – Proverbios 16:5-6