Cada uno de los 150 salmos de la Biblia fue compuesto por un autor en una etapa particular de su vida. Los pensamientos y las reflexiones expresadas en ellos nos ayudan a comprender las situaciones que atravesamos hoy. También nos llevan a tener confianza en Dios y a alabarlo. Pero a veces leemos muy superficialmente expresiones como: “Señor, la habitación de tu casa he amado” (Salmo 26:8), o “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado” (Salmo 16:1).
De hecho, muchos salmos o incluso partes de salmos expresan los pensamientos del hombre perfecto: Jesucristo. Si bien es cierto que solo él puede expresarlos y vivirlos absolutamente, cada uno de nosotros puede leerlos ante Dios con una actitud de adoración. Pero ante estos absolutos, ante estas expresiones que sobrepasan nuestra vida de fe, detengámonos para escuchar a Jesús, el Único. Guardemos silencio, apartemos la mirada de nosotros mismos y volvámonos a lo que Jesús sentía en lo profundo de su ser, especialmente en sus sufrimientos, pero también en su vida de hombre y de adorador perfecto.
Seguramente ciertos salmos puestos en su boca resonarán entonces de forma nueva, más fuerte y más real. Retomemos cada salmo, lentamente, redescubriéndolos uno a uno a la luz de Cristo, y cantemos a Dios de todo corazón. Cantemos su alabanza (Salmo 149:1). Así Jesús nos invita a entrar en sus pensamientos, en sus oraciones e intercesiones.
¡Sin duda alguna, los salmos también son para nosotros!
1 Reyes 9 – Marcos 11:1-19 – Salmo 56:8-13 – Proverbios 15:11-12