El primer sabor del fruto del Espíritu es el amor.
La palabra griega empleada aquí es «ágape». Se refiere al amor que da en lugar de recibir, el amor que desea el bien del otro. Este amor no depende de los méritos del otro para expresarse, sino que resplandece en cualquier circunstancia. Un amor así es dado por Dios. “Ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5), y es el fruto del Espíritu.
Sin duda podemos testificar que nuestros mejores recuerdos están marcados por el amor que dimos o recibimos. Recordemos también que Jesús resume las muchas páginas de la ley en un solo verbo: AMAR (leer Marcos 12:29-31). Él dio la medida perfecta, suprema, cuando dio su vida para salvar a sus enemigos.
Amigos cristianos, es el Espíritu Santo, y no la observancia de reglas y leyes, lo que debe inspirar nuestra vida, nuestras acciones y actitudes. La vida cristiana no se resume, pues, en una comprensión justa de la doctrina bíblica, ni siquiera en su puesta en práctica. Es una realidad ferviente y bienhechora que abarca todo nuestro ser, nuestra inteligencia, voluntad, emociones, y nos lleva a amar “de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18). El amor “se goza de la verdad” (1 Corintios 13:6).
1 Reyes 5 – Marcos 8:1-21 – Salmo 53 – Proverbios 14:35