“Regocijaos en el Señor siempre”. Este consejo parece poco realista… La palabra “siempre”, ¿no sobra en el texto? Hay momentos en la vida del cristiano en los que el gozo es normal y espontáneo. Pero también hay momentos de enfermedad, sufrimientos, duelo, persecuciones, preocupaciones de todo tipo… Regocijarse en tales situaciones parece sobrehumano.
Sin embargo, lo que nos hace reflexionar es que quien escribió estas palabras fue un hombre perseguido, prisionero en Roma, detenido en su actividad para el Señor, separado de sus amigos cristianos. Los creyentes de la ciudad de Filipos, a quien dirigió este mensaje, recordaban que cuando fueron por primera vez a esa ciudad, el apóstol Pablo y su compañero Silas, encarcelados, heridos, maltratados, cantaban alabanzas a Dios (Hechos 16:25). Es una bella manifestación del verdadero gozo cristiano que no depende de las circunstancias de la vida, sino de la intimidad con el Señor.
Nuestras circunstancias cambian, y a veces oscurecen nuestras alegrías terrenales, pero el Señor nunca cambia. Si nuestro gozo tiene su fuente en él, puede resistir las peores tormentas. ¡Cuántos mártires lo demostraron desde el principio del cristianismo! Su Señor los invitaba a poner su mirada en él, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).
El gozo del cristiano no es superficial ni débil, sino profundo, tranquilo e inalterable.
Génesis 25 – Mateo 14:13-36 – Salmo 15 – Proverbios 4:10-13