Un hombre organizó una gran cena e invitó a mucha gente. Cuando llegó la hora indicada, nadie se presentó; cada uno de los invitados dio una excusa. Entonces el hombre envió a su siervo a buscar por todos los rincones de la ciudad a los pobres, los mendigos y los ciegos.
Por medio de esta parábola Jesús ilustra la invitación que hace a cada persona a entrar en el reino de Dios. ¿Quiénes son esos invitados de última hora? Es gente que ha sufrido en la vida, que ha recibido graves heridas físicas o morales, que a menudo se siente extranjera en medio de los demás. Quizá los llamemos personas marginales, náufragos de la vida.
¿Somos conscientes de que no somos mejores que ellos? Pero Dios cuida de esa sociedad marginada que nos cuesta aceptar. ¿Seremos más selectivos que él, nosotros que tenemos la inmensa felicidad de conocerlo? “El camino más corto para acercarse al que sufre pasa por Cristo”, escribió alguien. Siguiendo el ejemplo de Jesús podemos tender la mano a los que no tienen nada, mostrándoles que Dios es el refugio donde pueden abrigarse los que se sienten excluidos. El apóstol Pablo nos interpela: “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).
¿Deseamos parecernos a él un poco más?
Génesis 24:33-67 – Mateo 13:44-14:12 – Salmo 14 – Proverbios 4:7-9