La Buena Semilla: Domingo 16 Enero
Domingo
16
Enero
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo… Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Mateo 27:46
El abandono del Calvario

En el monte Gólgota, fuera de las murallas de Jerusalén, había tres cruces erguidas. Allí tres condenados iban a morir. De repente, y durante tres horas, las tinieblas cayeron sobre esa escena. Allí Jesús, en la cruz, cargado con nuestros pecados, sufrió el juicio del Dios santo para expiarlos. Al final, un gran clamor rompió la oscuridad opresora: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. ¡Estas palabras fueron pronunciadas por el Hijo muy amado de Dios, aquel que siempre había agradado al Padre! Allí, solo, abandonado por Dios, clamó: ¡“Dios mío, Dios mío”! ¡Qué sublime llamado ante un “porqué” insondable!

Durante su vida aquí en la tierra, Jesús siempre habló a Dios diciéndole “Padre”. Algunas horas antes, en Getsemaní, todavía dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39). Y desde la cruz también oró a él diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Sin embargo, en el momento del abandono, dijo: “Dios mío”.

¿Por qué? La cuestión del bien y del mal permanecía sin respuesta desde la desobediencia de Adán. Pero en el Calvario, Jesús, el Hombre sin pecado, llevó el castigo divino que nuestros pecados merecían. Él, el “compañero” de Dios, debía ser golpeado por la espada de la justicia divina durante esas tres horas tenebrosas (Zacarías 13:7). En la cruz, “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).

La intensidad de estos sufrimientos es proporcional a la grandeza de la gracia divina hacia mí, pecador. ¡Qué inmenso precio pagó mi Salvador durante esas horas de abandono!

Génesis 20 – Mateo 11 – Salmo 10:1-11 – Proverbios 3:19-20