Recuerdo con emoción los inviernos de mi infancia y nuestros juegos en la nieve… ¡Era algo maravilloso! Pero bastaban algunas horas para que la nieve pasase de un blanco radiante a un color grisáceo. Entonces, ¡qué alegría ver, temprano en la mañana siguiente, una nieve nueva, inmaculada! Todo estaba recubierto: los muñecos de nieve, las pistas de los trineos y cada huella.
¡Qué bella imagen del perdón de los pecados! Nuestro corazón puede estar sucio por diversas faltas, pero si las confesamos, Jesús las “cubre”. Su obra en la cruz tuvo en cuenta todos nuestros pecados; los cargó sobre sí mismo. Si los confesamos a Dios, él nos perdona, como un padre a su hijo, pues la obra de Cristo nos emblanqueció, como la nieve recubre todo el paisaje.
Incluso si tenemos la seguridad de que Dios nos perdonó, a veces nos cuesta aceptar la perfección de la obra de Cristo y el pleno perdón de Dios, sobre todo cuando cometemos un pecado particularmente grave a nuestros ojos. Sin embargo, el apóstol Juan afirma claramente: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¡No hay una “lista negra” de algunos pecados que Dios no quiera perdonarnos! Tampoco se trata de sentirnos perdonados, sino de creer en la promesa de Dios.
¡El diablo siempre trata de condenarnos y ligarnos a nuestro pecado! Dios, en cambio, perdona nuestros pecados, nos libera de ellos y nunca más los recordará (Hebreos 10:17).
Génesis 19 – Mateo 10:26-42 – Salmo 9:15-20 – Proverbios 3:16-18