En noviembre de 1989, cuando el muro de Berlín cayó, muchos soldados soviéticos aún estaban en Alemania del Este. Antes de partir hacia Rusia, algunos cristianos les distribuyeron ejemplares del Nuevo Testamento en ruso. No era fácil entrar en los cuarteles, y algunas veces esos distribuidores de la Palabra de Dios eran amenazados por los oficiales, con revólver en mano.
Quince años más tarde, un cristiano alemán de Meerane fue a Siberia para animar a los creyentes de la región. Uno de ellos le contó cómo había conocido a Jesucristo como su Salvador.
“En 1990 estaba en Alemania como soldado, y en la localidad de Meerane me ofrecieron un Nuevo Testamento. Cuando lo leí, reconocí mis pecados ante Dios, y Jesús vino a ser mi Salvador. Ahora soy feliz de presentar el Evangelio a todos los que encuentro”.
La Palabra sembrada con perseverancia había llevado fruto a más de 3000 kilómetros de distancia. Dios es quien hace germinar su Palabra, quien implanta la vida divina en los corazones y multiplica su acción. A menudo no sabemos si la Palabra de Dios que ha sido distribuida produjo resultados o no. Sin embargo, “no dejes reposar tu mano”. Pidamos a Jesús, nuestro Maestro, que nos ayude a no descuidar ninguna ocasión: una palabra que testifique sobre nuestra esperanza, un folleto en el bolsillo listo para entregar, etc. Sembremos con la convicción de que Dios tiene el poder para hacer fructificar esa semilla.
Jeremías 1 – Lucas 11:1-28 – Salmo 89:7-14 – Proverbios 20:10-11