«El deporte es mi única razón para vivir». Durante los juegos paralímpicos de 2016, un periodista reveló las motivaciones de una atleta belga. «Comprometida en una prueba contrarreloj como ninguna otra, a sus 37 años vivirá sus últimos juegos paralímpicos en Río… Esta velocista en silla de ruedas ha hecho del deporte su última razón para vivir. Afectada por una extraña enfermedad incurable que le paraliza las piernas, ha encontrado en el deporte un escape, un respiro liberador».
La valentía de esta atleta es ejemplar. Todas las personas sienten la necesidad de dar un sentido a su vida, de alcanzar un objetivo y de tener la motivación para lograrlo. Tratar de alcanzar un solo objetivo a la vez, a menudo facilita el éxito.
El apóstol Pablo tomó el ejemplo de los atletas y resaltó su esfuerzo para ganar el trofeo. En cuanto a él, tenía ese ánimo, esa perseverancia. Pero su objetivo era muy diferente. Había encontrado en Jesucristo un Salvador, un modelo a imitar y una meta que alcanzar. No buscaba la gloria personal y efímera. Su meta no era temporal; estaba unida a Cristo mismo, en quien encontraba su fuerza y su gozo.
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).
2 Crónicas 30 – 2 Corintios 3 – Salmo 105:23-36 – Proverbios 23:12