Hace unos años, acercándose a un stand bíblico en la feria del libro de Praga (Rep. Checa), un visitante dijo: «¡Soy ateo! No conozco la Biblia». El expositor respondió: «¿No conoce el Salmo 23?». Para su sorpresa, el hombre recitó todo el Salmo 23 de memoria.
El visitante conocía este texto, pero no podía decir realmente que el Señor era su pastor, pues decía ser ateo. Si yo hablo del Señor, se supone que creo en Dios, quien está por encima de todo. Si digo: “El Señor es mi pastor”, afirmo que conozco al Señor Jesús como mi salvador, quien me alimenta, me fortalece, me protege…
David, el autor del salmo, había pastoreado rebaños y sabía que una oveja está unida a su pastor; ella permanece bajo su protección, le sigue a todas partes y, si está cerca de él, no se preocupa. David experimentó esta misma relación con Dios y lo expresó de esta manera gráfica.
Ahora bien, al que David llamaba “Jehová”, para nosotros es Jesucristo, el Señor, el que vive, “el gran pastor de las ovejas” (Hebreos 13:20), “el buen pastor”. Él conoce a cada uno de los que confían en él y le oran.
El Salmo 23 es uno de los textos más conocidos de la Biblia; muchos creyentes se han sentido reconfortados al leerlo. Los próximos domingos continuaremos repasando este salmo versículo tras versículo.
2 Crónicas 19 – 1 Corintios 11:1-22 – Salmo 103:6-12 – Proverbios 22:17-19