Adán desconfió de Dios, y tras él, la humanidad también desconfió de su Creador. El mundo se organizó sin Dios; así, la desconfianza y la rebeldía hacia él forman parte de la atmósfera donde vivimos. El pecado y sus consecuencias reinan, y el hombre acusa a Dios por ello…
Jesús vino a este mismo mundo y vivió en él como un hombre totalmente confiado en Dios:
– Dios era su Dios desde el vientre de su madre. También veló sobre él en el momento de su nacimiento. Durante su infancia, Jesús siempre confió en Dios.
– En plena tempestad durmió tranquilamente en la popa de una barca (Marcos 4:38). Y pudo decir: “Yo confiaré en él” (Hebreos 2:13).
– Antes de resucitar a su amigo Lázaro, lleno de confianza en Dios su Padre, le dijo: “Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:42).
– Confió totalmente en la sabiduría de su Padre: “Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26).
– Cuando estaba clavado en la cruz y sus enemigos se burlaban de él, cuando Dios lo abandonó (Mateo 27:46), su confianza permaneció (Proverbios 14:32).
– Por último, en el momento de morir, entregó su espíritu a su Padre (Lucas 23:46). Confiaba en que Dios velaría sobre él y no lo abandonaría en la muerte (Salmo 16:9-10). Y su confianza no fue defraudada. ¡Dios lo resucitó y lo sentó a su diestra! (Efesios 1:20).
2 Samuel 5 – Mateo 26:47-75 – Salmo 22:6-11 – Proverbios 8:32-36