En una boda de una pareja cristiana, después del mensaje bíblico, el que había hecho el oficio ofreció una Biblia a los recién casados: «Esta es la mejor caja de herramientas que puedo darles. Utilícenla todos los días, no se gasta».
Para nosotros los creyentes, la Palabra de Dios es:
– un martillo que quebranta la piedra (Jeremías 23:29),
– una lámpara a mi camino (Salmo 119:105),
– una espada de dos filos que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).
Nos da el gozo (Jeremías 15:16), la paz (Hechos 10:36), el alimento y el refrigerio para el alma (Salmo 36:8). Es la verdad (Juan 17:17), viva, penetrante y eterna (1 Pedro 1:23, 25). Es pura (Salmo 12:6). En la Biblia encontramos todo lo necesario para la vida de nuestra alma y el desarrollo de nuestras facultades espirituales. Pero para que nos sea de provecho, es preciso leerla atentamente y con regularidad. Ejercitémonos en hacer como el autor del salmo 119, el más largo de la Biblia, enteramente dedicado a la Palabra de Dios. Estas son algunas de las cosas que experimentó:
“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (v. 11).
“Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado” (v. 93).
“Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos” (v. 148).
“Mi escondedero y mi escudo eres tú; en tu palabra he esperado” (v. 114).
1 Samuel 25:23-44 – Mateo 20:16-34 – Salmo 18:31-36 – Proverbios 6:16-19