– Un nacimiento milagroso. Jesús es el Hijo de Dios desde siempre. Él nació en la tierra en Belén, de una virgen llamada María. ¿Esto le parece imposible? Para Dios, el Creador del universo, todo es posible. Centenas de años antes, varios profetas judíos hablaron de él: “Pero tú, Belén… de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2; Isaías 7:14, versículo del día).
– Una vida de bien. Jesús se dedicó totalmente al bien de los de su tiempo. Alivió el sufrimiento físico, moral y espiritual de muchos.
Jesucristo hacía lo que decía, y decía lo que pensaba. Su vida era la expresión de lo que Dios es: amor y luz. Su conducta era el ejemplo de una pureza perfecta. Los que lo veían se asombraban y decían: “Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar” (Marcos 7:37).
Jesús de Nazaret enseñaba. Sus palabras y su vida demostraban su sabiduría y su autoridad. “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46), declararon los que le deseaban el mal, pero que, desconcertados por lo que decía, cambiaron de opinión. Jesús nunca dejó indiferente a nadie. Unos se postraron a sus pies, otros llegaron a ser sus enemigos. Amor demasiado grande y luz demasiado fuerte, que revelan el mal en el corazón de los hombres. Poco antes de morir, Jesús afirmó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6).
Jeremías 51:33-64 – 2 Corintios 11:1-15 – Salmo 106:32-39 – Proverbios 23:26-28