“Tengo salud, fortuna, belleza… ¿y después?
– Tengo oro, dinero… ¿y después?
– Cuando fuera el único en poseer el genio y el saber, ¿qué sucederá después con ello?
– Cuando debiera disfrutar del mundo durante mil años, ¿qué pasará después? La muerte llega rápido y quita todo. ¿Qué hallaremos más allá de sus puertas?… Solo Dios merece ser servido…”.
Estas reflexiones, escritas por la reina María Cristina Ferdinande de Bourbon-Siciles (1806-1878), fueron halladas después de su muerte en su libro de piedad. Esta reina había comprendido el secreto de la verdadera felicidad: la fe en Dios, quien es amor. Ella sabía que el éxito, la riqueza o la salud no dan la verdadera felicidad, que los placeres ofrecidos por el mundo pueden ayudar a olvidar momentáneamente las preocupaciones… ¿y después?
La Biblia siempre lo ha declarado: este mundo no podrá satisfacer ni dar la verdadera felicidad al hombre (Eclesiastés 6). El apóstol Pablo experimentó que conocer a Cristo es una cosa excelente, e incluso lo único importante (Filipenses 3:8). Seremos felices si sabemos que somos amados por Dios y perdonados por la obra de Jesús, “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Jesús libera del miedo a la muerte a todos los que reconocen su culpabilidad y lo aceptan como su Salvador y Señor. Él les da la vida eterna (Juan 17:2). “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12).
Jeremías 30 – 1 Corintios 5 – Salmo 101:1-4 – Proverbios 22:7