Una noche de verano, un niño observaba fascinado el reflejo de la luna en el agua de un estanque. De repente su hermano mayor echó una piedra al agua. El niño exclamó: “Rompiste la luna y los pedazos están temblando”. Su hermano le respondió: “Levanta los ojos y verás que la luna está perfecta; solo ha cambiado su reflejo en el agua”.
Nuestro corazón es como el agua del estanque. Mientras no permitamos que el mal entre en nuestra vida, el Espíritu Santo nos da consuelo y paz. Pero cuando el pecado se introduce -como una piedra lanzada al agua-, nuestra felicidad se destroza. Somos zarandeados interiormente.
¿Ha cambiado la obra de Cristo? ¡No! Entonces nuestra salvación tampoco ha cambiado. ¿La Palabra de Dios ha variado? ¡No! Entonces nuestra salvación sigue siendo segura. ¿Qué ha cambiado entonces? Lo que sucede es que el Espíritu Santo ya no puede obrar libremente en nosotros. En lugar de llenar nuestro corazón de Cristo, debe hablar a nuestra conciencia, mostrarnos nuestro pecado. Así perdemos el gozo, hasta que hayamos confesado nuestra falta y rechazado el mal. Después de esto, volvemos a hallar el gozo y la comunión con el Señor.
Jeremías 17 – Lucas 20:27-47 – Salmo 94:1-7 – Proverbios 21:11-12