En las escenas del juicio contra Jesús y de su crucifixión, asistimos a la prueba decisiva del hombre, comprometiendo la responsabilidad de cada uno. – Pilato ocupaba la sede de la autoridad civil, pero en lugar de hacer reinar la justicia, cedió a la presión popular y condenó a aquel a quien, no obstante, había reconocido como justo. – Los soldados que servían bajo sus órdenes fueron crueles y cínicos. – Los escribas y los sacerdotes que constituían el clero de entonces buscaron falsos testigos para condenar a Jesús, y la multitud siguió su ejemplo, mostrando la peor ingratitud hacia aquel que incansablemente había sanado, alimentado y hecho bien de tantas maneras. – Los que pasaban por allí, simples curiosos, lo injuriaban, dando libre curso a su odio sin ningún motivo. – Los discípulos también abandonaron a su Señor; fueron incapaces de enfrentar la situación; uno de ellos lo negó públicamente.
En esta escena la humanidad fue puesta a prueba de manera absoluta. En medio de semejante despliegue de crueldad, de desprecio e indiferencia, escuchamos a Jesús crucificado rogar por sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Con una calma perfecta terminó la obra que el Padre le había encomendado para nuestra salvación (Juan 17:4), e hizo posible el perdón divino para cada uno de los que creen en él.
En la cruz, el ser humano mostró definitivamente la maldad de su corazón. Al mismo tiempo, Dios manifestó su amor y su justicia al mundo.
Jeremías 9 – Lucas 15 – Salmo 90:13-17 – Proverbios 20:25-26