“Algún tiempo después se presentó un hombre en mi casa: -¿Señor Gil Bernard? Vengo a traerle el Nuevo Testamento que usted pidió… Lo invité a entrar, y después de una agradable y enriquecedora conversación, me preguntó si podía leer un pasaje del libro que traía en respuesta a mi carta. Leyó lentamente la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). No hay necesidad de comentar esta parábola, me dije a mí mismo, he comprendido… Sin rodeos pregunté a mi visitante: -¿Jesús es el Mesías de Israel? Él guardó silencio un momento, y luego respondió: -¡Sí, Jesús es el Mesías de Israel y el Salvador del mundo!
Eso fue un choque para mí. Quedé sin palabras. Apenas tuve la fuerza para decir a mi invitado que debía prepararme para ir a cantar esa misma noche. Antes de irse, me pidió que le prometiera leer el Nuevo Testamento. La petición me pareció extraña, pero acepté. Y cumplí la palabra. Volviendo a leer los evangelios, tuve la impresión de andar sobre los pasos de Jesús, y mi vida fue transformada.
Tres años más tarde dejé el salón de música, pero no la canción. Elegí cantar mi fe en Jesús. La decisión de abandonar mi trabajo fue difícil, pero nunca lo lamenté. Recibí más de lo que esperaba, una vida plena y feliz, a pesar de los momentos dolorosos. Dios es fiel y me ha sostenido en las alegrías y en las penas. Tengo la esperanza de alabarlo eternamente”.
Jeremías 29 – 1 Corintios 4 – Salmo 100 – Proverbios 22:5-6