“Pasé al lado de la vida. Nunca me concedí esos momentos de reflexión que algunos se permiten. Siempre estuve activo, siempre corriendo hacia adelante. En lugar de descansar, hice todo en cantidad: tuve ansias de trabajo, de placer, de dinero y de poder”. Estas palabras de un presentador de televisión muestran qué triste es llegar al final de la vida y comprobar que uno perdió su vida.
Cuando muramos no llevaremos nada, ni dinero, ni gloria, ni poder. “Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1 Timoteo 6:7). ¿Qué nos quedará? Nada, si solo hemos vivido para este mundo.
Sin embargo, ahora Dios nos invita a echar mano de lo que realmente es la vida. El apóstol Pablo dijo a Timoteo: “Echa mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:12). No solo es una vida que permanece para siempre, sino que nos dispensa desde ahora innumerables bendiciones. ¿Cómo adquirirla? Jesús dijo: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). Creer en él es aceptar a Jesús, es recibir el derecho de ser hijo de Dios (Juan 1:12) y de llamarlo Padre. Nos hace capaces de estar en comunión con Dios. Así podemos dejarnos guiar, instruir, ayudar y consolar en nuestra vida en esta tierra. Nuestra alma desea la felicidad, la paz, la serenidad. Esta relación de confianza con Dios nos permite vivir todo esto desde hoy por medio de la fe en Jesucristo.
Éxodo 9 – Hechos 8:1-25 – Salmo 26:8-12 – Proverbios 10:17-18