Ian, predicador del Evangelio, y Alan, profesor universitario, eran vecinos. Alan temía que la predicación del Evangelio de Jesucristo cambiara la cultura de los nativos. Sin embargo, una vez quiso acompañar a Ian, quien iba a visitar a los cristianos en la selva. Ian no le ocultó las dificultades del viaje, las duras horas de caminata y los riesgos que correría antes de llegar a la cabaña de los creyentes. Y luego, ¿Alan estaría interesado en los estudios bíblicos que tendrían lugar al atardecer? “No te preocupes, me taparé los oídos para no oír”, respondió Alan con ironía. Ante dicha insistencia, Ian terminó aceptando, pero oró a Dios para que dirigiese todo.
Después de haber empleado diferentes medios de transporte y efectuado largas horas de caminata, los dos hombres llegaron a una cabaña perdida en la selva. La pobreza del lugar contrastaba con el gozo de sus ocupantes. Ian y Alan fueron amablemente recibidos e invitados a compartir una sencilla comida. Al anochecer llegaron los vecinos. Entonces empezó una velada de cantos, mensajes bíblicos e intercambios a la luz de una vela muy rudimentaria, es decir, un cordel mojado en un bote que contenía aceite. Con una mano, Alan debía sostener la vela para que Ian pudiese leer la Biblia, y con la otra debía alejar una nube de insectos atraídos por la luz. ¡De este modo era imposible taparse los oídos!
Después de estos momentos de intercambio llenos de alegría, todos se fueron a descansar. Nuestros visitantes se conformaron con las condiciones precarias, ellos seguirían su camino al día siguiente.
Génesis 39 – Mateo 22:23-46 – Salmo 19:7-10 – Proverbios 7:6-23