No todo el mundo tiene el privilegio de tener un trabajo. Pero todo el mundo sabe que, incluso sin trabajo, uno puede verse atrapado en una actividad al punto de sacrificar su tiempo y su energía por ella.
En este libro de la Biblia, llamado Eclesiastés, hallamos ecos del sentimiento amargo que uno puede experimentar cuando da todo por una ocupación: trabajo, ocio, distracciones, etc. Finalmente, ¿de qué sirve? Me canso, me aferro a lo que hago… sin darme cuenta de que el tiempo pasa, de que la vida pasa. Entonces llego a esta conclusión: cuando pasamos la vida perdiendo el tiempo, también perdemos la vida…
Continuando la lectura del Eclesiastés, hallé esta advertencia: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia… pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (cap. 11:9). Como Dios nos da tiempo, tendremos que rendirle cuentas. Nos preguntará cómo hemos empleado ese tiempo: ¿para nuestros intereses personales, o para agradarle?
Pero, ¿puede usted agradarle? Cada uno de sus pecados merece el juicio. ¿Cómo puede escapar a ese juicio? Crea en el Señor Jesucristo y será salvo. Dios le dará la fuerza para agradarle, para servirle.
En este libro también encontramos una exhortación a no perder nuestro tiempo, a aprovechar esas ocasiones que Dios nos ofrece para servirle: “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano” (cap. 11:6).
Éxodo 5 – Hechos 5:17-42 – Salmo 25:6-10 – Proverbios 10:9-10