¡Ah, estas preguntas me persiguen día y noche!… ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué existe el sufrimiento y el mal… ? ¿La historia de Job nos dará una respuesta?
Este personaje bíblico tenía una vida religiosa irreprochable, pero un día su vida tambaleó en una serie incomprensible de desgracias. Entonces empezó a hacerse preguntas. Cuando todo va mal, nuestras frágiles mentes dudan de todo. En medio del sufrimiento, Job se atrevió a acusar a Dios, a hacerlo responsable de todos sus males. Esto es lo que hacemos todos, más o menos, un día u otro. Pero si todo va bien, a menudo vivimos como si Dios no existiera. Y luego, cuando los problemas se acumulan, lo acusamos, ¡sin ni siquiera darnos cuenta de que es contradictorio!
Si usted y yo nos identificamos con Job, solo nos queda ir hasta el final de su razonamiento, es decir, reconocer que su vida viene de Dios, que él no tiene que rendirnos cuentas. Si vivimos sin preocuparnos por lo que Dios espera de nosotros, entonces necesitamos ponernos en regla con él. Pero no podemos hacerlo solos. La fe de Job descansaba en su “Redentor”, es decir, en alguien que podría pagar en su lugar por sus pecados.
¡Ese Redentor o Salvador es Jesucristo, quien vino a este mundo para pagar mi rescate! Hay un solo mediador entre Dios y los hombres: ¡Jesús! Visto de esta manera, mi existencia cobra todo su sentido: sé que vengo de Dios, que voy a él y que no hay azar en mi vida.
Génesis 41 – Mateo 24:1-28 – Salmo 20:1-5 – Proverbios 8:1-11