– Buenos días, soy muy joven, pero me gustaría hablarle de Jesús porque lo veo triste y quizá cansado de la vida. ¿Sabía que Jesús vive y que hoy quiere y puede hacernos felices?
– ¡Ah, no me hable de religión, es un gran fraude! ¡He visto muy de cerca la hipocresía de religiosos actuando peor que los demás!
– Desgraciadamente lo que usted dice es cierto, debo reconocerlo, pero ¿no cree que hay que distinguir entre lo que muestra un cristianismo miserable y la verdadera fe en Jesucristo? Imagínese que le robo su chaqueta, me la pongo y cometo un asalto. Un testigo me ve huir, pero no puede atraparme, y como reconoce su chaqueta, lo denuncia a la policía. ¿Qué diría usted si fuese detenido por robo?
– Lo negaría inmediatamente, diría que yo no era el que llevaba mi chaqueta.
– ¡Exactamente! Del mismo modo usted no puede confundir a Jesucristo con los que llevan falsamente el nombre de cristiano.
– ¡Ah, quizá tenga razón! Voy a reflexionar.
Algún tiempo después, aquel hombre mayor me dijo:
– Dígame, joven, ¿cómo puedo hacerme cristiano si no voy a los oficios religiosos?
Respondí a sus preguntas leyendo directamente con él en mi Nuevo Testamento, y luego se lo dejé.
Cuando nos volvimos a ver, ¡el gozo de Cristo iluminaba su rostro!
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).
“Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
2 Samuel 7 – Mateo 27:32-66 – Salmo 22:16-21 – Proverbios 9:7-9