El establecimiento del reino de los cielos se ha pospuesto hasta el regreso del Señor Jesús. En ese momento, el remanente de Israel lo recibirá con gozo. Mientras tanto, durante el intervalo actual en el que el Rey está ausente, el reino se encuentra en una forma misteriosa.
El apóstol Pablo predicaba acerca de “otro Rey, Jesús” (Hch. 17:7), y nosotros estamos en el reino del amado Hijo de Dios. ¿Qué significa esto para quienes forman parte de este reino? Obviamente, que él es nuestro Soberano Gobernante, es decir, el Rey, y nosotros somos súbditos en su reino. Ocupamos este lugar y debemos reconocerlo, al igual que reconocemos la verdad de la Iglesia. Por supuesto, no nos referimos a él como ’Rey de la Iglesia’, ya que él es Cabeza de la Iglesia, pero cuando hablamos del reino, le damos su verdadero lugar como rey. Los cristianos formamos parte de tres esferas distintas que no deben confundirse ni mezclarse: la Iglesia, la Familia de Dios y el Reino.
En cuanto al reino, el Nuevo Testamento nos lo presenta en dos aspectos. Cuando consideramos su aspecto terrenal, podremos notar ciertas fallas, ya que abarca tanto a los “hijos del reino” como a los “hijos del malo” (el “trigo” y la “cizaña”; Mt. 13:38). Pero también está el aspecto celestial (o divino) del reino, al cual solo pertenecen aquellos que han nacido de nuevo. Este es el aspecto mencionado en Colosenses 1:13. No hay contradicción entre estos dos aspectos, ya que uno se refiere al lado terrenal y el otro al lado divino.
Nuestra profesión de fe nos reconoce como súbditos de nuestro Señor en la tierra, por lo tanto, estamos en su reino entre los hombres. Sin embargo, esto podría ser solo una profesión superficial. Si hemos nacido de nuevo y somos salvos, entonces pertenecemos a Dios y a su Hijo, y por ese hecho pertenecemos al reino en su aspecto divino y celestial.