Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, ya había hombres ocupados en la construcción de un gran sistema mundial. La religión tenía su sitio en esa estructura; no obstante, no había lugar para él allí. Era como un cuerpo extraño para ellos. Era “la piedra que desecharon los edificadores” (Mt. 21:42).
Los hombres siempre están construyendo, y vemos a nuestro alrededor el gran edificio del sistema mundial. ¡Qué fabuloso sistema! En él hay lugar para más o menos todo lo que uno desea. Sin embargo, notémoslo bien, ese gran sistema permanece cerrado para Cristo. Los jefes de este mundo le rehusaron un lugar y lo crucificaron.
Para un corazón honesto, este hecho capital revelará todas las cosas en su verdadera luz. Nunca deberíamos olvidar que estamos de paso en un mundo que no quiso a nuestro Señor y que lo cubrió de vergüenza. ¿Somos conscientes de ello? Este único hecho, ¿no nos lleva a considerar este mundo como el “valle de sombra de muerte”? ¿Cómo podríamos compartir las esperanzas y ambiciones de este mundo mientras que Aquel a quien amamos fue y sigue siendo excluido?
Entonces, ¿nos es difícil comprender que el presente siglo es malo? Así lo califica Gálatas 1:4. Este pasaje nos enseña que Cristo “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo”. Pertenecemos a otra esfera. El Señor, hablando de sus rescatados, dijo explícitamente: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn. 17:16). Ningún pasaje nos dice que el cristiano sea puesto en este mundo para mejorarlo. Su deber es dar testimonio de Aquel que fue rechazado, y al cual estamos unidos desde ahora y por la eternidad.
Dejémonos impregnar del gran hecho de que Cristo fue rechazado, y preguntémonos con sinceridad si es digno tener otro papel que el de extranjeros en este mundo.