La destrucción de Jerusalén en el año 69 d. C., con todos sus horrores, puede haber sido un anticipo del futuro, pero de ninguna manera cumple la profecía del tiempo de angustia mencionado en el versículo de hoy. Marcos 13 nos enseña que el Señor vendrá a la tierra después de la gran tribulación. Es evidente que el Señor no vino después de la destrucción de Jerusalén. Por otro lado, la frase “tribulación cual nunca ha habido” nos muestra que no puede haber dos periodos de tribulación en la historia. Además, este tiempo de prueba para la nación judía ocurrirá durante el gobierno del anticristo, quien será aceptado por la nación que ha rechazado a su propio Mesías (Jn. 5:43). Durante el reinado de este inicuo se establecerá la forma más terrible de idolatría, a la que el Señor llama “la abominación desoladora” (v. 14).
La instauración de esta abominación será el punto culminante de la hostilidad del hombre hacia Dios. No ha habido nada en el pasado y no habrá nada en el futuro que iguale las terribles aflicciones de esos días. Serán tan grandes, tanto para la nación como para el remanente piadoso que, si el Señor no acortara aquellos días, nadie sobreviviría (v. 20). Sin embargo, por amor a los escogidos, el Señor acortará los días de aquella gran tribulación.
Después de “aquellos días” de gran tribulación, toda autoridad establecida entre los gentiles será derrocada. El orden que Dios ha establecido para el gobierno del mundo caerá. A pesar de todo el progreso del que se jacta la humanidad, la presente dispensación culminará en una tribulación y anarquía sin precedentes. Sabemos por otras Escrituras que la Iglesia ya se habrá reunido con Cristo en el aire y aparecerá con él en su manifestación (véase 1 Ts. 4:15-17); pero en este pasaje no se menciona nada de eso. El Señor le está hablando a discípulos judíos, acerca de esperanzas judías, y no menciona las verdades relacionadas con la Iglesia, las cuales serían reveladas después de su ascensión y la venida del Espíritu Santo.