Los discípulos estaban intentando cruzar el mar de Galilea, pero tenían grandes dificultades para remar debido al viento contrario. De repente, vieron a un hombre caminando sobre el mar, moviéndose más rápido de lo que podían con su barca, porque “quería adelantárseles” (v. 48). Pensaron que era un fantasma. No es extraño que gritaran.
Sin embargo, ese Hombre era el Señor Jesús, el gran Creador, quien había descendido a su propia creación. Él es el dueño del mar, de todo el mar, y todas las embravecidas olas están bajo sus pies. En respuesta a sus gritos, él les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”. Entonces subió con ellos a la barca, y el viento se calmó. Con él a bordo, la paz y la tranquilidad volvieron a reinar.
Nosotros también enfrentamos tormentas y pruebas en la vida. Las olas rugen, el viento sopla en dirección contraria a nuestros deseos, los problemas y las angustias aumentan, y las penas amenazan con abrumarnos. ¿Cuáles son los recursos de nuestra fe? Levantemos la vista y veamos a nuestro Señor Jesús caminando tranquilamente sobre la superficie de nuestras circunstancias. Él tiene un control perfecto sobre todo lo que perturba nuestra paz.
Escuchemos su tierna voz que nos dice: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”. Es maravilloso saber que él tiene total control sobre cada detalle de nuestras vidas. Invitémoslo a entrar en nuestra barca. Los discípulos seguramente se alegraron de ver a su Señor subir a la barca con ellos. ¡Nada puede sustituir la compañía del Señor de gloria!