Cuando Cristo alimentó milagrosamente a 4. 000 personas (v. 9), él satisfizo su necesidad de alimento material. Sin embargo, muchos comentaristas bíblicos pasan por alto la compasión del Señor en este relato. Su compasión se ve en el hecho de que entró en las circunstancias desfavorables de las personas: “Pues algunos de ellos han venido de lejos”. Era consciente de que algunos habían salido temprano de sus casas y habían caminado muchos kilómetros para estar con él; pero ahora tenían que regresar y corrían el peligro de desmayarse en el camino. Cristo había seguido de cerca su viaje y conocía la situación de cada uno de ellos. No solo ve nuestras necesidades, sino que también conoce las dificultades que enfrentamos en nuestro camino.
¡Así es como nuestro Dios simpatiza con nuestros problemas! Vemos lo mismo en Éxodo, el Señor se le apareció a Moisés. Le reveló su corazón compasivo, pues los llamó “mi pueblo”. Le dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo”, y por eso descendió (Éx. 3:7-8). No se limitó a liberar a su pueblo de una manera distante y mecánica, sino que dijo: “He descendido”. Entró en las calamidades que estaban experimentando. El profeta lo describió así: “En toda angustia de ellos él fue angustiado” (Is. 63:9).
En la época de Jeremías, cuando el pueblo de Dios pasaba por profundas pruebas, el profeta declaró: “Nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana” (Lm. 3:22-23). Cristo, que era Dios manifestado en carne, y que descendió del cielo (cf. Jn. 6:33, 50) satisfizo nuestra necesidad como pecadores, pero también se compadece de nosotros como creyentes. Provee para las dificultades que enfrentamos en nuestra vida, no mecánicamente, sino con compasión y simpatía. Que podamos aprender de su compasión por la multitud hambrienta e imitemos su ejemplo.