Pablo fue un instrumento escogido, un siervo especial del Señor; recibió personalmente muchas revelaciones directas del Señor Jesús (véase Hch. 9:15; 2 Co. 12:7). Él mismo menciona cuatro de estas revelaciones en sus cartas. La primera está relacionada con el evangelio de la gracia.
A través de las voces de falsos maestros, los gálatas fueron persuadidos a añadir la Ley mosaica al mensaje del evangelio. Estos falsos maestros les enseñaron que debían circuncidarse para ser salvos. El apóstol Pablo condenó esta enseñanza en términos inequívocos, utilizando un lenguaje fuerte y claro para advertir a todos los creyentes (Gá. 1:6-9; 3:1-3). A menudo nos escandalizamos cuando hay inmoralidad en medio de los creyentes, mientras que a veces somos indiferentes al error doctrinal. Es interesante observar el contraste entre el trato que Pablo da a los corintios “carnales”, mostrándoles amor a pesar de los “celos, contiendas y disensiones” que había entre ellos (1 Co. 3:3), y la severidad con la que se dirige a los gálatas, cuyo mal era doctrinal.
El Evangelio es la doctrina fundamental sobre la que se basan el resto de doctrinas. Si lo manipulamos, ya nada está bien. Algunos falsos maestros decían que Pablo no tenía nada que ver con los otros apóstoles (Hch. 6:2). Les dijeron a los gálatas que no debían prestar atención a sus enseñanzas. La respuesta del apóstol Pablo fue que, efectivamente, él no tenía ninguna relación con los apóstoles originales. Entonces les da muchos detalles acerca de la singularidad de su conversión y su llamamiento. Les relata cómo, muchos años después de su conversión, cuando por fin se reunió con los apóstoles en Jerusalén, estos le dieron “la diestra en señal de compañerismo” (Gá. 2:9). Pablo quería mostrar que el Evangelio que predicaba no era diferente al de los otros apóstoles, sino que le había sido revelado directamente por el Señor Jesús. Cuidémonos de no desviarnos ni un milímetro de este Evangelio: la salvación es solo por gracia y por medio de la fe.