«Cuando era joven, a través de unos cristianos escuché varias veces el llamado de Jesús a aceptarlo como mi Salvador y Señor personal. Y cada vez que esto sucedía, se desataba una terrible lucha en lo más profundo de mi ser; algo me empujaba a resistir a Dios. Él me llamaba a arrepentirme y a creer en su Hijo, pero yo siempre aplazaba mi respuesta. Sin embargo, en el verano de 1983, fui de vacaciones a Inglaterra por cuatro semanas… Durante mi permanencia allí, instalaron una carpa para la evangelización en los terrenos del instituto donde me encontraba. Cuanto más asistía a esas reuniones, más necesidad sentía de decidirme a creer en Cristo.
Una noche, después de escuchar por enésima vez la invitación a aceptar a Jesús como Salvador, me arrepentí de mis pecados y me volví a él. Lloré mientras pedía perdón a Dios y le rogaba que me hiciera su hijo. El orgullo que durante años me había impedido arrepentirme y humillarme ante Dios había sido vencido con su ayuda. Sentí que me quitaba un peso de encima, una gran alegría y paz llenaron mi corazón. Saboreé la bondad de Dios, y desde ese momento tuve la certeza de ser salvo de la esclavitud del pecado y del juicio divino.
Así comenzó mi vida en Cristo. Cuando volví a Italia, todo el mundo notó mi cambio y, como lo presentía, poco a poco muchos de mis viejos amigos me abandonaron. Pero el Señor estuvo conmigo y me fortaleció en la fe en él».
Oseas 11-12 – Filipenses 2 – Salmo 107:23-32 – Proverbios 24:7