Según un filósofo contemporáneo, el cristianismo actual ha convertido a Dios en «un amigo al que se tutea». Pero Dios nos dice: “Para que no sea amancillado mi nombre, y mi
Dios mostró su gloria a través de la naturaleza, pero especialmente a través de su Hijo Jesucristo, “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Jesús vino a la tierra para revelarnos a Dios, quien es amor y luz. Pero Jesús fue despreciado, rechazado; los líderes religiosos y políticos de la época terminaron crucificando “al Señor de gloria” (1 Corintios 2:8). En la cruz, Jesús tomó nuestros pecados sobre sí mismo y sufrió el castigo en nuestro lugar. Pero Dios lo resucitó y lo sentó a su diestra. “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).
La cruz muestra la gloria de Dios. Revela su santidad absoluta que no puede soportar el mal, su justicia inflexible que condena el pecado, pero también su amor infinito que salva al pecador arrepentido que cree.
Considerando lo que Dios tuvo que hacer para salvar a la humanidad, podemos entender un poco lo que es esta gloria y desear cada vez más dar a Dios el honor que le corresponde.
Oseas 1-2 – 2 Corintios 11:1-15 – Salmo 106:32-39 – Proverbios 23:26-28