A menudo la Biblia utiliza imágenes de la naturaleza para ayudarnos a comprender mejor las realidades invisibles de la fe. Así el profeta Jeremías compara al creyente que confía en Dios con un árbol cuyas raíces están bien nutridas y que puede seguir dando frutos durante la sequía.
Un árbol sano tiene raíces que le permiten alimentarse bien. También tiene un follaje que le permite crecer hacia el cielo. ¡Qué ejemplo para nosotros los cristianos! Las raíces nos hablan de aquello que no se ve, pero que hace fuerte al árbol. El follaje recuerda todo lo que se ve en el cristiano.
Tenemos que cuidar nuestras raíces, la parte oculta de nuestras vidas. No consideremos nuestra relación con el Señor solo como algo útil para poder servirle. Jesús eligió a sus doce discípulos en primer lugar “para que estuviesen con él” (Marcos 3:14), luego los envió a predicar y a sanar. Busquemos el equilibrio adecuado entre el trabajo y el descanso, entre la reflexión y la acción, la meditación y la práctica.
Existe el peligro constante de pensar que la comunión con Dios se obtiene mediante una gran actividad cristiana. Sin embargo, es más cierto lo contrario: cuanto más cerca estemos del Señor, más fruto daremos, sin ni siquiera darnos cuenta.
El follaje simboliza lo que los demás ven de nosotros, empezando por los más cercanos. La vida de un cristiano debe ser un reflejo del amor de Dios, creído, saboreado y vivido.
2 Crónicas 33 – 2 Corintios 7 – Salmo 106:13-18 – Proverbios 23:19-21