El alma, dentro del cuerpo humano, puede compararse con el polluelo que aún está escondido en la cáscara del huevo. Si de alguna manera el polluelo supiera que fuera de ese caparazón hay un vasto mundo lleno de luz, flores, prados, ríos y colinas; si se le dijera que todo es hermoso, que sus padres viven en ese mundo, y que cuando salga de su cascarón él también formará parte de ese ambiente, no entendería ni creería nada de ello. Si se le explicara que un día verá todo esto con sus ojos, y que volará con sus alas aún imperfectas, tampoco creería; ninguna evidencia le convencería.
Asimismo, muchas personas no creen en la vida futura ni en la existencia de Dios, porque no pueden verlo mientras están en sus cuerpos terrenales. Su imaginación, como alas débiles, es incapaz de elevarse más allá de los límites de su razón; no pueden ver con sus ojos físicos las cosas espléndidas y eternas que Dios ha preparado para los que le aman.
El hombre, una criatura con límites, necesita la fe para percibir los misterios del Dios infinito. Es imposible que la mente humana, con sus capacidades naturales y la poca información que tiene, penetre en las profundidades de los secretos divinos.
2 Crónicas 31 – 2 Corintios 4 – Salmo 105:37-45 – Proverbios 23:13-14