Un cristiano en una de sus cartas relata una anécdota de gran interés para nosotros hoy.
Durante una reunión de obreros cristianos, uno de ellos habló extensamente sobre los problemas y decepciones que tenía con sus hermanos en la fe. Otro continuó: «Veo que el colega que acaba de hablar vive en la calle de las Quejas. Yo también viví allí durante algún tiempo, y nunca estuve cómodo. El aire era malsano, la casa húmeda y oscura, el agua mala, los pájaros nunca se oían cantar, y yo mismo estaba triste y malhumorado…
Pero me mudé y me fui a vivir a la calle del Agradecimiento; desde entonces me va bien, y a mi familia también. El aire es puro, el agua es clara, la casa es adecuada y soleada, los pájaros cantan, y yo soy feliz desde la mañana hasta la noche. Ahora bien, si tuviera un consejo para darle a nuestro hermano, le diría que se mude. Hay muchas casas en alquiler en la calle del Agradecimiento, y si quiere venir a vivir allí, estoy seguro de que será transformado, y yo mismo estaré muy contento de tenerlo como vecino».
Reflexionemos más a menudo sobre las innumerables bendiciones que Dios nos da. En lugar de quejarnos por lo que nos hace falta, o por lo que está mal, esforcémonos por contar sus bendiciones. Quizá podríamos llevar un poco de amor, alegría y paz a nuestra calle.
“Nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad… Bueno es el Señor a los que en él esperan, al alma que le busca” (Lamentaciones 3:22-25).
2 Crónicas 27 – 1 Corintios 16 – Salmo 105:1-6 – Proverbios 23:4-5