Ayer vimos que la Biblia habla de nuestra vida. Pero también puedo hacerme otra pregunta muy pertinente: «¿Permito que la Biblia hable a mi vida?». Porque existe el riesgo de que vuelva siempre a mis textos favoritos y que, poco a poco, deje de escuchar realmente lo que Dios quiere decirme. No debo olvidar que “
La Palabra de Dios siempre es nueva: los mismos textos, las mismas historias, incluso las que podría recitar de memoria, nunca tienen el mismo eco atravesando mi historia. En esto también la Palabra es viva. Dios no se repite: de estos textos antiguos brota su nueva palabra para que yo la viva hoy.
La actitud correcta es, pues, “exponerme” a la Palabra de Dios, que lee en mí como en un libro abierto, dejar que proyecte su luz sobre mi vida más secreta… y así empiece a reflexionar.
A menudo este primer paso comienza con una toma de conciencia, como lo hizo David, quien tardó en reaccionar a la historia presentada por el profeta Natán, pero terminó comprendiendo el significado del mensaje y confesó: “Pequé contra el Señor” (2 Samuel 12:13).
Así nos habla la Biblia: nos interpela, nos llama a salir del encierro al cual nuestras faltas nos han conducido, de la prisión de nuestros razonamientos, para hacernos avanzar hacia Dios.
2 Crónicas 21 – 1 Corintios 12 – Salmo 103:19-22 – Proverbios 22:22-23