Muchas personas siguen diaria y cuidadosamente el mercado de valores. Cada una de ellas también hace el balance: ¿Cuánto he ganado? ¿Cuánto he perdido?
Jesucristo hizo esta pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26). Por medio de esta pregunta nos invita a reflexionar sobre el sentido profundo de nuestra vida. ¿Cuáles son las verdaderas riquezas para nosotros? ¿Hasta qué punto lo que hago es una ganancia o una pérdida?
Las riquezas materiales o intelectuales acumuladas en esta tierra son temporales; la muerte nos privará de ellas definitivamente. Dios nos invita a hacer tesoros en el cielo, donde nada puede estropearse.
“Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (Lucas 12:33). Estas riquezas no son materiales, sino mucho mejor, espirituales; son las que poseemos cuando creemos en Jesucristo. Él las adquirió para nosotros mediante su sangre derramada en la cruz, para liberarnos de nuestra culpa ante Dios. Esa sangre es mucho más preciosa que la plata o el oro (1 Pedro 1:18-19).
Compartiremos eternamente con Jesús sus riquezas morales: la justicia, la paz y el gozo. La esperanza de estar pronto con Jesús hizo que el apóstol Pablo dijera que todo lo demás carecía de valor para él.
2 Crónicas 14 – 1 Corintios 7:1-24 – Salmo 102:1-8 – Proverbios 22:10-11