Cuando nacemos, la vida física transmitida por nuestros padres nos permite crecer y evolucionar. Nuestros sentidos y nuestra inteligencia nos permiten actuar, movernos e integrarnos en la sociedad. Pero estas habilidades no nos permiten comunicarnos con Dios. Todos nuestros esfuerzos para agradar a Dios, buenas intenciones, buenas obras, formas y prácticas religiosas, carecen de valor ante los ojos de Dios. Entonces, ¿cómo acercarnos a Dios, quien es espíritu? (Juan 4:24). Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre y vino a la tierra para hablarnos del “reino de Dios”, una esfera en la que habitan la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). ¿Cómo podemos entrar en este reino si debido a nuestro estado natural de pecadores, y por nuestros propios esfuerzos, no tenemos acceso al ámbito espiritual divino?
La respuesta es sencilla: debemos “nacer de nuevo”. Así como la vida corporal requiere un nacimiento natural, la vida espiritual requiere un nacimiento sobrenatural. Esto fue lo que Jesús dijo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Cuando un pecador acepta a Jesucristo como su Salvador, Dios le da esta vida espiritual. Al nacer de nuevo se hace “participante de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), pertenece a este reino de Dios. Cada uno debe preguntarse: ¿He nacido realmente de nuevo?
“El Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación… de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:17-18).
1 Crónicas 22 – Lucas 18:18-43 – Salmo 92:1-4 – Proverbios 21:3-4