En nuestro mundo ajetreado no tenemos mucho tiempo para reflexionar… La información sobreabunda, la música y la publicidad están por todas partes. En las ciudades, en los lugares públicos, en las tiendas, todo está hecho para condicionar nuestros pensamientos y ocupar nuestra mente.
Curiosamente, en medio de esta algarabía se nos anima a «aprender a meditar» para vivir más felices y serenos. El diccionario define la meditación como la acción de reflexionar, de pensar profundamente en un tema. ¿Cuál será el tema de mi meditación? Mi imaginación es fértil, pero la Biblia nos dice: “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). Por eso nos invita a meditar en lo que Dios nos enseña. Al principio de su vida, Josué escuchó este consejo: Nunca se apartará “de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8).
¡La Palabra de Dios es una fuente pura! Nos hace descubrir que somos pecadores. Pero también revela que Dios nos ama y quiere salvarnos. No podemos leerla como un libro cualquiera. Pero si nos tomamos el tiempo para leerla y meditarla, ¡nos transformará! Ella es viva, actúa, crea una relación con Dios, y también nos permite mantener este vínculo. A través de ella podemos comprender la voluntad de Dios, para cumplirla. ¡Qué serenidad da esto al creyente!
1 Crónicas 21 – Lucas 18:1-17 – Salmo 91:11-16 – Proverbios 21:1-2