«Era el 14 de febrero en el año 1974. Esa noche estaba sentado en mi habitación de la ciudad universitaria cuando mi mejor amigo llegó con su futura esposa, para decirme que se habían vuelto cristianos. Alarmado, pensé que una secta los había atrapado… En esa época yo no estaba seguro de mis propias creencias. Me había bautizado y confirmado, pero eso no significaba gran cosa para mí. En la escuela había asistido regularmente a las clases de religión, había estudiado la Biblia en los cursos bíblicos, pero terminé rechazando todo, e incluso tenía argumentos fuertes contra el cristianismo (al menos eso era lo que pensaba).
Quería, pues, ayudar a mis amigos. Primero pensé en hacer una búsqueda profunda sobre el tema. Decidí leer el Corán, a Karl Marx, a Jean-Paul Sartre y la Biblia. Como tenía una Biblia en un armario, esa noche la tomé y empecé a leerla. Leí todo el evangelio de Mateo; luego Marcos, Lucas y, casi dormido, solo leí la mitad del evangelio de Juan. Cuando desperté, terminé de leer Juan y continué leyendo Hechos, Romanos y las dos epístolas a los Corintios. ¡Esta lectura me apasionó! Antes, estos mismos textos no me decían nada, pero ahora estaban llenos de vida, y no podía parar de leer. Era la verdad, lo reconocía en el fondo de mí mismo. Tenía que tomar una decisión, pues estos textos me interpelaban con mucha fuerza. Poco después puse mi fe en Jesucristo».
2 Samuel 7 – Mateo 27:32-66 – Salmo 22:16-21 – Proverbios 9:7-9