Ser cristiano no significa poner en práctica una religión, unos valores morales o un estilo de vida. Ser cristiano es tener una relación viva y personal con Dios.
Esta relación se hizo posible gracias a la muerte y a la resurrección de Jesús; se establece si creo en él. Pero si esta relación no es el centro de mi vida, no podré crecer espiritualmente, incluso con una práctica religiosa irreprochable.
Amar a nuestro prójimo es el resultado de nuestra relación con Dios. Para comprenderlo basta pensar en los dos grandes mandamientos citados por Jesús: amar a Dios y amar al prójimo; los dos son inseparables. Un cristiano no puede ser indiferente a las necesidades de los otros. Para el apóstol Juan esto es inconcebible: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:17).
Tener una verdadera relación con Dios y amar a nuestro prójimo no se impone por obligaciones exteriores. Es la expresión de la vida divina recibida por la fe en el Señor Jesús. Es la vida misma de Jesús. Él fue manso y humilde, estuvo atento a las necesidades de los demás. Confió en Dios y le obedeció en todos los detalles de su vida, hasta la cruz. Jesús, el Hijo de Dios, resucitó. Es el Salvador de todos los que creen en él. Solo ellos pueden imitar el modelo perfecto de la vida cristiana que Cristo manifestó.
Lamentaciones 3 – Filipenses 2 – Salmo 107:23-32 – Proverbios 24:7