Nuestra vida diaria abunda en pequeñas contrariedades e inconvenientes de toda clase. Una palabra hiriente, una descortesía, una ingratitud, un contratiempo… son tantos de los obstáculos para nuestra fe. Tal vez solo sean pinchazos de alfileres, pero es precisamente debido a su insignificancia y porque son repetitivos, que nos toman por sorpresa y acaban con nuestras buenas decisiones.
Como Cristo libera perfectamente, estos pequeños problemas también están bajo su competencia. Debemos hallar en él la fuente eficaz y suficiente para que esos pinchazos de alfiler no sean un motivo de desánimo o de derrota, sino que este sufrimiento sea cambiado en bendición para nosotros.
Dios afirma que él “es poderoso para guardaros sin caída” (Judas 1:24). Que Dios nos ayude a considerar cada prueba, pequeña o grande, como permitida por él. Hablemos de ella a nuestro Dios y Padre por medio de la oración, sabiendo que él nos ama y quiere consolarnos. Cuando logremos aceptar así todo lo que nos hace sufrir, sea que venga de los demás, de nosotros mismos o directamente de arriba, como una marca del amor divino, estaremos en la actitud correcta para soportar el sufrimiento. Incluso será para nosotros una bendición.
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:6).
“El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:6).
Jeremías 47 – 2 Corintios 3 – Salmo 105:23-36 – Proverbios 23:12