“Ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma”. Esta frase de Rabelais (escritor francés, 1494-1553) da una justa importancia a la conciencia, facultad que Dios dio al hombre cuando este desobedeció a su Creador en el huerto de Edén (Génesis 3:7-8). La conciencia es el conocimiento intuitivo del bien y del mal, que todos los hombres poseen. Así todos sentimos más o menos vergüenza cuando hacemos algo que sabemos que está mal. Y también nos sentimos satisfechos cuando hacemos el bien. Pero la conciencia no es totalmente fiable, ella puede ser más o menos sensible. Por eso algunos piensan que el bien y mal son nociones relativas. Pero veamos lo que Dios nos enseña sobre este tema del bien y del mal.
La Biblia, su Palabra, es la verdadera referencia para conocer la verdad; ella nos muestra el camino del bien en medio del mal que nos rodea. El bien es lo que está de acuerdo con el pensamiento de Dios; todo lo opuesto a Dios y a las verdades de su Palabra es malo.
La Biblia presenta a un Dios santo y justo que es luz (1 Juan 1:5), pero que también es amor (1 Juan 4:16). Él nos envió a su Hijo Jesucristo, “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Creyendo en él y en su obra en la cruz recibimos una naturaleza nueva, divina, que capacita al creyente para dejar que la Palabra de Dios obre en su conciencia para juzgar lo que en él no es conforme a la justicia y a la santidad divinas.
Jeremías 36 – 1 Corintios 11:23-34 – Salmo 103:13-18 – Proverbios 22:20-21