Muy a menudo los medios de comunicación informan sobre personas de alta posición acusadas de “malversación de fondos”. ¿Qué hicieron? Estos altos funcionarios, llevados por la ambición, confundieron lo que era realmente suyo con lo que pertenece a su empresa o al Estado.
Se les consideraba como personas honestas. Y tal vez ellos mismos se lo creían. Después de todo, ¡otros también lo hacen! Pero un día la justicia interviene, y todo cambia. Al principio se defienden, proclamando su inocencia, e incluso acusan a los magistrados. Sin embargo, pronto deben bajar el tono y permitir que sus oficinas sean registradas. ¡Luego viene el juicio, la vergüenza y el fin de la hermosa fachada! Entonces todo el mundo conoce la verdad. Ayer esos personajes eran envidiados, hoy son menospreciados.
Así, ante el tribunal de Dios, todo será puesto a la luz para cada ser humano. Hoy, a menudo, nos contentamos con las apariencias y actuamos con disimulación. Pero pronto la justicia divina revelará todo. Quizá no hayamos hecho nada escandaloso a los ojos de los hombres, pero estaremos delante del Dios santo, de Aquel que sondea y juzga nuestros actos y nuestros pensamientos más secretos. ¿Qué recursos tendremos frente al juicio? ¡Ninguno!
Pero si ahora nos declaramos culpables, si nos ponemos al abrigo de la cruz de Cristo, nuestros pecados son perdonados. No iremos a condenación. Jesús pagó en nuestro lugar.
Jeremías 32:1-25 – 1 Corintios 7:25-40 – Salmo 102:9-15 – Proverbios 22:12-13