Cuando todo va mal, a menudo Dios es señalado como el responsable. ¿Qué le hice a Dios para merecer este accidente o esta enfermedad? Cuando todo va bien, en general no lo atribuimos a Dios. Normalmente no oímos decir: Dios es bueno, tengo buena salud y no me falta nada. En resumen, cuando todo va mal, acusamos a Dios, y cuando todo va bien, es normal o es gracias a mí. Es como si dijésemos que la felicidad soy yo y la desgracia es él. ¡Seamos honestos! ¿Y si las circunstancias felices de nuestra vida viniesen también de él? ¿Le hemos dado gracias por el bienestar o por los alimentos de hoy?
La humanidad rechazó al Dios de bondad crucificando a Jesús, su Hijo. “Me devuelven mal por bien, y odio por amor” (Salmo 109:5). Después de un ultraje así, Dios hubiese podido poner de lado a la humanidad culpable.
¡Pero no! Sea que estemos abrumados por nuestra mala conducta o, al contrario, satisfechos por haber hecho actos meritorios, Dios nos ama a todos. No en función de lo que somos, sino de lo que él hizo por nosotros que merecíamos su juicio y su condena. Ahí está la diferencia. “Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”, es decir, para borrarlos (1 Juan 4:8-10).
Éxodo 10 – Hechos 8:26-40 – Salmo 27:1-4 – Proverbios 10:19